martes, 20 de octubre de 2009

dudas...

Cuando estudias medicina te planteas muchas cosas, tanto sobre la carrera como sobre ti mismo.
¿Cuánto sufrimiento humano eres capaz de soportar?¿Cuánto te costará adaptarte?¿Qué parte de tu alma perderás en el camino?¿Cómo olvidar lo que has visto al llegar a casa?¿Cómo conservar la esperanza?
Recuerdo que días antes de fallecer mi abuelo, fui con mi padre a visitarlo al hospital.
Estaba tumbado sobre la cama, parecía cansado. Las máquinas que orlaban su camilla emitían de vez en cuando un pitido clínico, metálico y susurrante, que sin embargo parecía ensordecer a todos cuantos estábamos en la habitacion.
Recuerdo también que jamás había visto a mi padre tan preocupado. Estaba pálido mirando a su propio padre. Arrastraba la mirada sobre el cuerpo de mi abuelo, como si quisiese gravar para siempre en su retina cada rasgo.
Me acerqué hasta su lecho y lo saludé. Giró la cabeza hacia mí y me miró con unos ojos que apenas mostraban que me hubiese reconocido.
Me conmoví. Quería llorar, gritar y alejarme de allí, pero no lo hice. Simplemente me retrotraje a esa parte helada de mi ser de la que me sirvo en ocasiones. Me dejé envolver por el frío y esperé a que el instante pasase.
Todo cuanto me concedí fue besar su frente y murmurar un tímido "Te quiero" antes de abandonar la habitación. Ni por un segundo modifiqué la expresión de mi rostro.
Dos o tres días después mi madre se acercó a mi cama temprano para darme la noticia. Mi abuelo había fallecido durante la noche.
Desde la habitación contigua me llegaba el llanto de mi hermana mezclado con la actividad que comenzaba a invadir la calle.
En aquella situación me sorprendió mi reacción. Simplemente no sentía nada. Era incapaz de interiorizar aquel hecho. Mi mente se resistía digerirlo. Mi alma era simplemente de plata. No reaccioné.
Me duché, me vestí y me arreglé en perfecto silencio y sin pensar... Me comportaba como un autómata.
Racionalicé con calma los hechos. Los analicé, los organicé y los archivé. Me sentí como el observador de un complicado drama al que se le permite intervenir en el mismo como figurante.
En el velatorio yo no dejaba de hacerme preguntas estúpidas ¿Acaso no quería a mi abuelo y por eso no me emocionaba?¿Acaso carecía de la menor capacidad de amar?¿Era yo un monstruo?
Busqué los recuerdos de momentos que había compartido con él, tratando en vano de que me suscitasen algún tipo de emoción, intentando que me arrancasen de mi astenia. Nada.
Y de pronto la vi. Sentada a uno de los lados del vidrio a través del cual se podía ver el ataúd, estaba una de las hermanas de mi abuelo. Callada, respirando con dificultad por el llanto, lloraba sin tregua mientras mil expresiones de dolor se turnaban en su rostro.
La realidad me golpeó. Lloré como no había llorado en años. Lloré por mi abuelo, por mi familia, por mí, por lo injusta que es la vida... Lloré toda aquella tarde y al día siguiente lloré en la iglesia y en el camposanto. Lloré y me sentí vulnerable, humano y débil... Lloré, y cuando no me quedaron fuerzas para llorar más me sentí mejor.
La cuestión que me atemoriza es que algún día tenga que elegir entre curar el dolor o sentirme humano.
Puede que sean tan solo las dudas de un estudiante poco curtido, pero son las que me mantienen en pie a las tres de la madrugada.
¿Es extraño que tenga miedo a perder una parte esencia de mi alma?