domingo, 20 de septiembre de 2009

En ocasiones el mundo se te cae encima. Tu vida perfecta cojea por una de sus patas. El plano se desequilibra y tú ruedas hacia el abismo. Caes. La aceleración no te deja pensar. El nudo en el estómago se estrecha y apenas puedes tragar. No logras contener el llanto. Lloras.


No es que el problema sea especialmente grave. Cualquier excusa es buena para desahogarse. El truco es magnificarla para que parezca importante. Hoy toca sentirse desgraciado e incomprendido. Hoy toca comprar chocolate e incharse a palomitas. Hoy quieres ser el tópico del homosexual contemporáneo.


Así que lloras porque sí. Probablemente podrías decidir arreglar el problema y devolver a tu vida el equilibrio. Pero es que no te apetece. Por ti que se vaya todo al carajo. Si no lo soluciona otra persona, que le den. Se acabó el comedimiento. Vas a sentirte víctima. Quieres escándalo, espectáculo, drama. Una profusión exhacervada de negatividad. Que se te note, que se rumoree, que la gente se preocupe.


Has caído como tantas otras veces en la tentación del superlativo.


Cuando pasas la mayor parte del tiempo tratando de demostrarle al mundo, o a ti mismo, lo duro que eres es normal que de cuando en vez te sobrevenga el bajón. Es normal. Nadie es perfecto y, por mucho que finjas ser el ente más despiadado de la galaxia, siempre queda un pedazo de alma que no recordabas que te habías guardado. En tu batalla contra el mundo esta vez te toca sentirte mal a ti. La culpa es tuya por no conformarte con molinos de viento. Siempre has ido contra el universo con el cuchillo entre los dientes. "Que se note que soy de monte" pensabas.


Lo malo del universo es que tiene mucha paciencia para devolverte la patada, y poseé además la habilidad de saber cuando te vas a sentir como una mierda para susurrarte tus desgracias al oído. Lleva las de ganar, y lo sabías desde el principio.


El fallo de tu sistema suele ser que las heridas que te haces peleando contra lo sagrado y lo profano no cicatrizan tan deprisa como crees. Así que terminas sufriendo el desgaste. Te sientes indefenso, y recontrulles la coraza en silencio y despacio, vigilando que esta vez no queden fisuras, obviamente no lo conseguirás nunca, pero lo intentas. No te queda otra.


Al día siguiente te levantas reconfortado. Cojes un libro de autoayuda que tenías olvidado en una estantería y "calzas" tu existencia. Trepas de nuevo a la vida y, con el cuchillo y el escudo nuevo, reemprendes tu camino... Hasta el próximo tropiezo.

martes, 1 de septiembre de 2009

Es una sensación que aparece sin que te des cuenta.

Me refiero a que no es algo brusco, no es como las emociones impetuosas que provocan que el corazón te de brincos en el pecho y que las lágrimas salten sin control.

Es una especie de sonido de fondo que te va minando. Sabes que está ahí, pero no le prestas atención.

Nos suelen preocupar más los grandes sentimientos. Sentimientos de esos que salen en los libros y las películas. Sentimientos definidos,exactos y crudos. Amor, Odio, Ira... Sentimientos que merecen ser títulos de capítulos enteros en tu mente y que reclaman una atención inmediata, sin aplazamientos ni excusas.

Y sin embargo un buen día te das cuenta de que está ahí. No sabes bien el qué, pero no pierdes nada por indagar. Quieres saber. Es natural. Es tu mente y no te gustan los misterios. Una vez que lo hayas descifrado tendrá un sentido. Ya no será un murmullo molesto al fondo, no será un avispón. Se convertirá en parte de la sinfonía de tu mundo consciente, en parte de tu autocomprensión.

Así que te pones en marcha. Ahora tienes curiosidad. Esa sensación la conoces. Siempre ha sido parte de ti, viene de serie y te ha sido útil en muchas ocasiones. Sabes satisfacerla y lo vas a hacer ya.

Cuesta más de lo que creías. Estás desentrenado. Antes habrías podido discernir entre pena, miedo o rabia, en un segundo. Pero esta se te escapa. Parece ser más complicada, más sutil. Como una suerte de exudado de tu alma que se hubiese filtrado y se alojase en todos los resortes de tu cuerpo.

La has tolerado durante años. Te conoce y sabe como confundirte. Eso no te lo esperabas.

La buscas a oscuras y obligas a tu razón a indagar, a establecer el instante en el que te apresó. Es una tarea ardua pero necesaria.

Luchas para que tu cerebro se despeje y se percate de lo importante de su tarea. Estás batallando y lo necesitas. No es una broma y tienes que hacérselo saber.

Abres tu archivo y buscas. Pasillo de la memoria. El día anterior, hace dos semanas, el mes pasado, tal vez en tu infancia... Cuanto más retrocedes más fuerte la sientes. Es como una palabra que se aferrase furiosa a unas rocas antes del abismo de la consciencia. Te estás esforzando al máximo pero es complicado ver matices en documentos tan antiguos. Son recuerdos vagos, de las primeras etapas de una mente en construcción. Tú ves borroso, no estás acostumbrado a trabajar con un material tan endeble, tan sin formar. Es como ver el mundo, tu mundo, a través de un vidrio esmerilado.

Te preguntas por qué no consigues recordar tu pasado con claridad, y maldices a una emoción tan astuta que se refugia allí donde no puedes apresarla.

Ese es el momento. Y justo cuando estás a punto de llorar de pura impotencia decides sonreír. Has desentrañado el misterio.


nostalgia.