viernes, 28 de mayo de 2010

Para un amigo

Despertar rayando el alba
con las lágrimas plateadas,
desgarrando tu voz ronca
contra la atmósfera helada.
Sumergirse entre sollozos
tras la máscara de escarcha
y escupir con fuerza inmensa
a una historia que se acaba.
Cabalgar sobre el desprecio
y con la espada crispada
de recuerdos de un futuro
que se ha vuelto mofa vana.
Degollar amores muertos
entre verdes espadañas
y soñar con que se acaben
sufrimientos y añagazas.
Incendiar con vil veneno
los cimientos de la casa
en la que ruindad y traición
se confundían con tu amada...

Si el sufrir es sinsentido
que sea al menos por amor
pues no existe aciago dolor
ni sueño puro ni traición,
que el amor no cause
que el amor no sane
que por amor no exista
o por amor no acabe.
que sólo quien ama crece,
que sólo quien ha amado gana.
Que bien merece la pena
la triste insanía del dolor
antes que ser siempre al margen
ejemplo de ruín moderación

Atrévete a amar,
atrévete a sufrir,
atrévete a soñar,
y si te atreves,
habrás sabido vivir.

lunes, 29 de marzo de 2010

Reflexión 1.0

Me gustaría sentir algo más que el patético hastío que ha invadido mi vida hasta convertirme en un miserable excremento social carente de pasiones y ambición.

Recuerdo con deleite momentos de mi pasado en los que todavía era un ser humano y en los que conseguía que una potente sensación de existencia colmase mis entrañas.

Una parte de mí sueña con gritar, correr por la calle a toda velocidad hasta sentir que me queman los pulmones, saborear el ácido de las arcadas que acudirían a mi garganta mientras mi corazón repiquetearía en una paroxística manifestación del Ser. Sin embargo sé que tan solo es pánico. Un mecanismo animal que me anima a huír de un peligro que ignora interno.

Me he transformado en un reflejo de realidad. Paso las tardes en mi habitación lamentándome por una rutina en la que ya ni siquiera me atrevo a habitar.

¿He alcanzado acaso el culmen de degradación que al parecer ansiaba? No, todavía puedo morir más, todavía hay potencial de ascenso a este abismo de la abstracción absurda. Me quedan muchas cosas que destruír, muchas partes de mí mismo que adoro y ansío en secreto que se hundan en la nada que construyo en torno a mí.

Leo, leo sin parar y por desesperación buscando respuestas que ni los libros ni la vida me darán. Lo sé de antemano, pero continúo leyendo. No se diferencia demasiado de huír por la calle, pero mi cuerpo en lugar de agotarse se embota en la levedad infinita de una existencia sin sustancia ni objetivo.

Sin alegría ni pesar, sin proyectos, sin ilusión, siguiendo tan sólo el rumbo arbitrario de mil pensamientos guiados por el timón de la tinta inagotable que impregna los tratados de filosofía de quien encontró preguntas en lugar de aserciones... Así me dirijo decidido hacia el borde mismo de mi cordura y me animo entre gritos degarrados de cerval pavor a saltar a las tinieblas de la insanía que me llama.




Tengo miedo.

viernes, 8 de enero de 2010

El sol no acababa de asomar entre las montañas, bañando con un manto de fuego iridiscente los vidrios de las enormes ventanas de un edificio de oficinas.
Desde el balcón se podía observar el lento despertar de la ciudad, que, insegura, salía de su sueño para entregarse a la borágine de un día laborable más.

Julian observaba las nubes, poco tiempo antes ocultas por el manto de oscuridad, que ahora se pelfilaban algodonosas y cenicientas en el firmamento mientras cargaban la atmósfera de humedad y silencio. En una esquina de su campo de visión podía verse todavía un luna gris que se desvanecía en el cielo otoñal y, en un árbol de la avenida, un mirlo cantaba ya con su aflautada voz de tenor.

Julián estaba solo en el balcón. Tenía un poco de frío porque su pijama y sus zapatillas poco podían protegerlo de un día de diciembre en aquella urbe norteña. Le daba igual.
Sus pupilas, orladas por un iris de un azul intensísimo, lloraban ante la laceración del viento siberiano que ahora, lejos del aparato de televisor que avisaba de su visita, parecía menos amenazante.

Se cruzó de brazos y respiró profundamente. Una gélida caricia polar arañó sus pulmones.
Allí estaba por fin, contemplando el amanecer. Atrás quedaban las horas de inquieto insomnio en las que sus pensamientos lo habían acosado hasta dejarlo exahusto.

Era el momento perfecto.

Se acercó hasta gran puerta corredera que separaba el salón de aquel pequeño espacio al aire libre, cogió impulso y dió con celeridad los dos o tres pasos que lo separaban de la barandilla. Con su mano derecha asió la parte superior de la misma y con todas sus fuerzas impulsó su cuerpo hacia el vacío.

Los segundos siguientes provocaron en él una liberación masiva de adrenalina. Sonrió. La sensación de triunfo y liberación era tal como había pensado.

Tras un eterno instante golpeó el suelo con toda la rudeza que esperaba. Diez pisos de caída eran más que suficientes para destrozar aquel cuerpo que apenas había superado la adolescencia. Después la nada se cernió sobre su consciencia.

El mirlo calló un instante. Después la vida continuó su curso.