domingo, 24 de marzo de 2013

Sabemos quiénes sois

Tranquilos, sabemos quiénes sois. Ya casi no nos inmutamos cuando os vemos salir a la calle con la cabeza alzada y el orgullo de quien se cree superior dibujando una sonrisa displicente en vuestros labios.
Sabemos que os creéis sagrados, hijos de nosesabebien qué poder superior del que no formamos parte y del que desde luego no queréis que lo hagamos.
Sois el antiabolicionista de ayer, el misógino que llamaba feminazi o marimacho a las mujeres que pretendían ser protagonistas de sus vidas, los que quemaban brujas como sacrificio al dios-amor y regaban con la sangre de los herejes las bienaventuranzas de Cristo.

Algunos sois negros, mujeres, judíos e incluso gays. Queda así demostrado que es peligroso olvidar el pasado y que se puede hacer el ridículo más espantoso al enajenarse y luchar contra la propia condición mano a mano con toda la escoria social y la morralla de peor estofa.

Nos decís que somos antinaturales, que no valemos nada, que somos enfermos, que nos engañamos, que nuestra forma de querer es ponzoñosa y que sólo vosotros sabéis amar.
Habláis de los hijos que tenemos o tendremos como si estuviesen condenados a la infelicidad, a ser marginados o (peor aún!) a ser como nosotros, terrible destino.

¿Sabéis por qué os molestamos? Porque os molesta la realidad. Porque es muy jodido pasar toda una vida odiando con el pretexto de amar para que vengamos nosotros a amarnos sin tener que odiar a nadie.

No ganaréis nunca por supuesto, al menos no ganaréis siempre que se os impida emplear la fuerza. Os vestís ahora de democracia y exigís a gritos consultas populares, como si el hecho de que una mayoría negase los derechos de otra fuese a dar legitimidad a vuestra vendetta contra el prójimo.

Hacéis bien en gritar muy alto porque de no hacerlo tendríais que escuchar a las voces que en vuestra cabeza tímidamente os susurran que no es posible oponerse a la esencia misma del ser humano con la fanfarria de lo absurdo.

Nosotros viviremos nuestras vidas, seremos felices o no, pero viviremos por y para nosotros. 

Vosotros seguid con vuestra guerra contra el ser humano, odiad mucho, morid odiando. Dios será quién os juzgue mañana, la historia, para vuestra desgracia, ya lo hizo ayer.

lunes, 29 de octubre de 2012

Placer

Placer. Esa palabra siempre me ha gustado tanto en contenido como en continente. El placer es un sustantivo que acaricia el paladar más que el oído, que me arrastra a recuerdos de tibieza, de despreocupada inactividad escondida bajo sábanas frescas.
El placer es un cuenco en cuya profundidad descansan elixires siempre deseados, hurtados a la realidad y al tiempo, escondidos tras los más belicosos muros de la imaginación encerrando una prohibición que sabemos vulnerable.

La palabra placer para mí siempre estará asociada a la palabra sensualidad, a los colores cálidos y a ese tipo especial de aburrimiento que por sernos grato practicamos con sumo gozo los domingos y festivos.

Placer es ritmo, cadencia e incluso carencia. Es la lengua que se detiene, el beso intencionadamente demorado, la complicidad no declarada, la acción inconclusa, la excitación silenciada.

Placer es un brazo joven bañado de luz matinal sobre la cama, la sonrisa cómplice, el labio que insinúa, la mano que tienta, la pierna hercúlea, la voz que murmura.
Placer es el sonido del vino que al ser servido alborota la copa, la palidez que se sonroja, la picardía que se finge inocente. 

Como decía Kavafis "Nada me retuvo. Me liberé y me fui. Había placeres que estaban tanto en la realidad como en mi ser a través de la noche iluminada. Y bebí un vino fuerte, como solo los audaces beben el placer"

Disfruten del lunes.

martes, 29 de mayo de 2012

Insomne / Insane


Uno, dos, tres, cuatro, vuelta, uno, dos , tres, cuatro, vuelta. Mi habitación no da para más, tan solo cuatro pasos, dos movimientos por pierna, después impulso y un giro de ciento ochenta grados sobre una de mis extremidades.

La vista perdida, la mente lejos, movimientos automáticos que no requieren control, solo sosiego.  Tal vez no parezca sosegado un andar tan compulsivo, pero ¿Acaso existe algo más tranquilizador que la conciencia del propio poder volitivo que se concreta en el acto? Soy un pedante, lo siento.

El caso es que andar siempre me ha parecido la forma perfecta de hacer una pequeña multitud de cosas: pensar, leer, llorar, estudiar, escuchar música e incluso dejar la mente en blanco. Es como si necesitase estar haciendo algo para poder no hacer nada. Además de pedante soy un poco rarito, pero se me perdona porque estoy loco.

A veces me pregunto que pensaría la gente si alguien instalase una cámara en una esquina de mi habitación y , puesto que la ha instalado, se tomase la molestia de vigilarme a mí, su habitante, que por el hecho de habitar la habitación aporta el sustrato necesario a la etimología del sustantivo.

Sé lo que pensáis “Locus externo”, “otro ser sin personalidad que se cree tan complejo como para que observarlo sea interesante” Sea pues, lector, verdad que uno tiene sus defectos y sus desórdenes mentales, pero admítase también que está en la esencia de todo ser humano cotillear, comadrear, vigilar e interesarse por lo que hace el vecino, aunque tan solo sea por huír del tedio.

Así pues, la cámara en una esquina y el hipotético espectador en algún lugar del vasto mundo, podría ser testigo de la tragedia o tragedias, si se entiende que observa la vida entera o solo actos aislados, que se producen en mi cuarto.
Me vería reír a veces, bailar a menudo y llorar cada día. Soy dado a la lágrima, pero no le deis mayor importancia, porque como dije antes, estoy chalado.
Nada grave, tan solo un poco desconcertante. Soy de esos locos felices/tristes, radiantes/mustios o como sea que los llamen ahora, aunque me falta un juicio clínico de rigor por supuesto. Para que me diesen el carnet oficial de inestable mental debería elevar mis emociones a la hipérbole, y aunque no lo sepáis, también soy demasiado vago como para tomarme la molestia. Yo sé que estoy loco, el espectador de la cámara lo sabría y vosotros ya lo sospechasteis desde la enumeración inicial. Sin sorpresas pues.

El caso es que la cámara también reflejaría que mis horarios son extraños. Me gusta estar despierto de noche y duermo extremadamente bien de día. Es una cuestión de luz y oscuridad. La noche guarda muy bien los secretos, me permite vivir mis pensamientos sin que un extra inesperado entre en mi habitación a interrumpirme y por ende es silenciosa, como la muerte o el vacío. Asociaciones mentales.
El día sin embargo ofrece una cosa que conviene mucho a mi descanso. Luz. Y ¿Sabéis por qué me gusta dormir cuando hay luz fuera? Porque vuesto amigo el cinético-lunático también es un obseso del control, y sin luz el control es imposible.

Decidle a un loco que escriba un texto y tendréis una amalgama informe de sinsentidos, contradicciones e hilo argumental pobre. Nunca te fíes de un loco ni de quien prefiere vivir en las tinieblas de su cuarto o de su mente.

Saludos.

martes, 7 de febrero de 2012

Cosmogonía parte I


En vista de que tengo este blog bastante olvidado he decidido emplearlo para colgar un pequeño relato que estoy escribiendo... Espero que lo disfrutéis. Espero vuestros comentarios ;)

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Existe un lugar en mi mente en el que siempre encuentro la paz. Me refiero a un lugar físico, siempre y cuando tomemos como físico un paisaje construído en mi imaginación. En ese lugar habito yo, como personaje ficticio inventado por mí, y ese yo que habita mi mundo físico-imaginario siempre está tranquilo.

El planeta que he construído es más bien pequeño y plano, como una maqueta de la cosmogonía bíblica, y se divide en tres partes muy diferentes cuyas funciones difieren tanto como su aspecto.

Al sur se extiende una gran masa de hielo, una suerte de estepa ártica que copa la mayor parte de la zona austral del mapa y que a pesar de carecer de vida es hermosa.
 En el centro de la masa helada existe un jardín sólo de rosales con rosas blancas y rojas que ocupa una gran parte del terreno.
Lo interesante del lugar es que todas las plantas están congeladas, cubiertas por una capa de hielo que las mantiene siempre vivas bajo la apariencia estéril y oganizada del cristal.

Me gusta pasear entre ellas. Me refiero a que a mi yo ficticio creado por mi yo real le gusta pasear por su jardín helado. Todo está nevado y él/yo va descalzo, pero no importa porque jamás pasa frío. Simplemente siente una suerte de melancolía tranquila, plácida e incluso podría afirmar que agradable.
Las formas de las rosas, el silencio, el cielo gris distorsionando la luz y coloreándola de tonos reflexivos, la melancolía, la soledad…

Al norte, entre el abismo de mi Finis Terrae y el mar boreal se extiende la zona oscura. El nombre no es original, pero si descriptivo. Mi yo ficticio nunca se acerca y el real, a pesar de ser narrador omnisciente de las maravillas de su mundo inventado, procura no ahondar en los misterios de la creación, no vaya a ser que se descubra a sí mismo naufragando en las profundidades del abismo que ha excavado.
Por zanjar esta somera descripción de la zona oscura, puedo decir que mi yo ficticio la mira con desconfianza y mi yo real con pavor. Saquen otros las conclusiones que la sinergia de mis yoes es incapaz de alcanzar.

Por último, en el centro mismo de esta creación se alza la isla. Se trata de un peñasco rocoso con una pequeña montaña cuya falda lateral fue hace tiempo sustituída por un barranco que resiste con la solidez de la piedra caliza el embate de las olas.
Toda la isla, a excepción de la cumbre del peñasco, está cubierta por un manto vegetal en el que destacan los robles, las flores silvestres y una curiosa y creciente población de mariposas multicolor cuyo método de camuflaje se basa en posarse sobre briznas de hierba para fingir ser pétalos de una flor animada.
La isla es el lugar favorito de mi yo imaginario. Siguiendo la vereda que desciende desde la cumbre se llega a su residencia habitual, una suerte de partenón cuya parte posterior termina en unas escaleras que se sumergen en la quietud de un lago de aguas cristalinas desde el que puedo contemplar las puestas de sol más maravillosas que consigo imaginar.
Por supuesto y como todo mundo real o imaginario no fue siempre como lo describo.
 En un comienzo las tres cuartas partes de mi planeta plano estaban ocupadas por el continente helado que no era austral sino central, y las sombras de la zona oscura cubrían todo el cielo de mi pequeño cuerpo celeste.

Por ende mi yo ficticio era más joven y por circunstancias que no vienen al caso vivía bastante asustado de sí mismo en ese mundo desolado y desolador.
No había aprendido a disfrutar del silencio, de la soledad o de las rosas heladas porque todavía no había podido crearlas.
Atemorizado, viajando de forma errática por aquel mundo glaciar, sin rumbo ni objetivo, cansado y hastiado de algo que creía tan eterno e inmutable como el tiempo temí por su existencia y mi cordura durante años hasta que un día descubrimos algo increíble.

El invierno en mi mente estaba siendo especialmente crudo aquel año, creo recordar que declinaba el tercer lustro de mi nacimiento.  Mi yo real se había encerrado en el cuarto de baño a llorar, y el ficticio lloraba las lágrimas de su creador bajo una ventisca cruel y lacerante.
Fue entonces cuando por primera vez mi yo ficticio creó algo en mi yo real. Se trataba de rabia, una rabia que nacía del dolor, una rabia tan profunda que se conmovía de sí misma. Esa rabia, esa emoción abrasadora obró el milagro, su primer descubrimiento y mi primer arma: el fuego.

viernes, 28 de mayo de 2010

Para un amigo

Despertar rayando el alba
con las lágrimas plateadas,
desgarrando tu voz ronca
contra la atmósfera helada.
Sumergirse entre sollozos
tras la máscara de escarcha
y escupir con fuerza inmensa
a una historia que se acaba.
Cabalgar sobre el desprecio
y con la espada crispada
de recuerdos de un futuro
que se ha vuelto mofa vana.
Degollar amores muertos
entre verdes espadañas
y soñar con que se acaben
sufrimientos y añagazas.
Incendiar con vil veneno
los cimientos de la casa
en la que ruindad y traición
se confundían con tu amada...

Si el sufrir es sinsentido
que sea al menos por amor
pues no existe aciago dolor
ni sueño puro ni traición,
que el amor no cause
que el amor no sane
que por amor no exista
o por amor no acabe.
que sólo quien ama crece,
que sólo quien ha amado gana.
Que bien merece la pena
la triste insanía del dolor
antes que ser siempre al margen
ejemplo de ruín moderación

Atrévete a amar,
atrévete a sufrir,
atrévete a soñar,
y si te atreves,
habrás sabido vivir.

lunes, 29 de marzo de 2010

Reflexión 1.0

Me gustaría sentir algo más que el patético hastío que ha invadido mi vida hasta convertirme en un miserable excremento social carente de pasiones y ambición.

Recuerdo con deleite momentos de mi pasado en los que todavía era un ser humano y en los que conseguía que una potente sensación de existencia colmase mis entrañas.

Una parte de mí sueña con gritar, correr por la calle a toda velocidad hasta sentir que me queman los pulmones, saborear el ácido de las arcadas que acudirían a mi garganta mientras mi corazón repiquetearía en una paroxística manifestación del Ser. Sin embargo sé que tan solo es pánico. Un mecanismo animal que me anima a huír de un peligro que ignora interno.

Me he transformado en un reflejo de realidad. Paso las tardes en mi habitación lamentándome por una rutina en la que ya ni siquiera me atrevo a habitar.

¿He alcanzado acaso el culmen de degradación que al parecer ansiaba? No, todavía puedo morir más, todavía hay potencial de ascenso a este abismo de la abstracción absurda. Me quedan muchas cosas que destruír, muchas partes de mí mismo que adoro y ansío en secreto que se hundan en la nada que construyo en torno a mí.

Leo, leo sin parar y por desesperación buscando respuestas que ni los libros ni la vida me darán. Lo sé de antemano, pero continúo leyendo. No se diferencia demasiado de huír por la calle, pero mi cuerpo en lugar de agotarse se embota en la levedad infinita de una existencia sin sustancia ni objetivo.

Sin alegría ni pesar, sin proyectos, sin ilusión, siguiendo tan sólo el rumbo arbitrario de mil pensamientos guiados por el timón de la tinta inagotable que impregna los tratados de filosofía de quien encontró preguntas en lugar de aserciones... Así me dirijo decidido hacia el borde mismo de mi cordura y me animo entre gritos degarrados de cerval pavor a saltar a las tinieblas de la insanía que me llama.




Tengo miedo.

viernes, 8 de enero de 2010

El sol no acababa de asomar entre las montañas, bañando con un manto de fuego iridiscente los vidrios de las enormes ventanas de un edificio de oficinas.
Desde el balcón se podía observar el lento despertar de la ciudad, que, insegura, salía de su sueño para entregarse a la borágine de un día laborable más.

Julian observaba las nubes, poco tiempo antes ocultas por el manto de oscuridad, que ahora se pelfilaban algodonosas y cenicientas en el firmamento mientras cargaban la atmósfera de humedad y silencio. En una esquina de su campo de visión podía verse todavía un luna gris que se desvanecía en el cielo otoñal y, en un árbol de la avenida, un mirlo cantaba ya con su aflautada voz de tenor.

Julián estaba solo en el balcón. Tenía un poco de frío porque su pijama y sus zapatillas poco podían protegerlo de un día de diciembre en aquella urbe norteña. Le daba igual.
Sus pupilas, orladas por un iris de un azul intensísimo, lloraban ante la laceración del viento siberiano que ahora, lejos del aparato de televisor que avisaba de su visita, parecía menos amenazante.

Se cruzó de brazos y respiró profundamente. Una gélida caricia polar arañó sus pulmones.
Allí estaba por fin, contemplando el amanecer. Atrás quedaban las horas de inquieto insomnio en las que sus pensamientos lo habían acosado hasta dejarlo exahusto.

Era el momento perfecto.

Se acercó hasta gran puerta corredera que separaba el salón de aquel pequeño espacio al aire libre, cogió impulso y dió con celeridad los dos o tres pasos que lo separaban de la barandilla. Con su mano derecha asió la parte superior de la misma y con todas sus fuerzas impulsó su cuerpo hacia el vacío.

Los segundos siguientes provocaron en él una liberación masiva de adrenalina. Sonrió. La sensación de triunfo y liberación era tal como había pensado.

Tras un eterno instante golpeó el suelo con toda la rudeza que esperaba. Diez pisos de caída eran más que suficientes para destrozar aquel cuerpo que apenas había superado la adolescencia. Después la nada se cernió sobre su consciencia.

El mirlo calló un instante. Después la vida continuó su curso.