En ocasiones el mundo se te cae encima. Tu vida perfecta cojea por una de sus patas. El plano se desequilibra y tú ruedas hacia el abismo. Caes. La aceleración no te deja pensar. El nudo en el estómago se estrecha y apenas puedes tragar. No logras contener el llanto. Lloras.
No es que el problema sea especialmente grave. Cualquier excusa es buena para desahogarse. El truco es magnificarla para que parezca importante. Hoy toca sentirse desgraciado e incomprendido. Hoy toca comprar chocolate e incharse a palomitas. Hoy quieres ser el tópico del homosexual contemporáneo.
Así que lloras porque sí. Probablemente podrías decidir arreglar el problema y devolver a tu vida el equilibrio. Pero es que no te apetece. Por ti que se vaya todo al carajo. Si no lo soluciona otra persona, que le den. Se acabó el comedimiento. Vas a sentirte víctima. Quieres escándalo, espectáculo, drama. Una profusión exhacervada de negatividad. Que se te note, que se rumoree, que la gente se preocupe.
Has caído como tantas otras veces en la tentación del superlativo.
Cuando pasas la mayor parte del tiempo tratando de demostrarle al mundo, o a ti mismo, lo duro que eres es normal que de cuando en vez te sobrevenga el bajón. Es normal. Nadie es perfecto y, por mucho que finjas ser el ente más despiadado de la galaxia, siempre queda un pedazo de alma que no recordabas que te habías guardado. En tu batalla contra el mundo esta vez te toca sentirte mal a ti. La culpa es tuya por no conformarte con molinos de viento. Siempre has ido contra el universo con el cuchillo entre los dientes. "Que se note que soy de monte" pensabas.
Lo malo del universo es que tiene mucha paciencia para devolverte la patada, y poseé además la habilidad de saber cuando te vas a sentir como una mierda para susurrarte tus desgracias al oído. Lleva las de ganar, y lo sabías desde el principio.
El fallo de tu sistema suele ser que las heridas que te haces peleando contra lo sagrado y lo profano no cicatrizan tan deprisa como crees. Así que terminas sufriendo el desgaste. Te sientes indefenso, y recontrulles la coraza en silencio y despacio, vigilando que esta vez no queden fisuras, obviamente no lo conseguirás nunca, pero lo intentas. No te queda otra.
Al día siguiente te levantas reconfortado. Cojes un libro de autoayuda que tenías olvidado en una estantería y "calzas" tu existencia. Trepas de nuevo a la vida y, con el cuchillo y el escudo nuevo, reemprendes tu camino... Hasta el próximo tropiezo.