lunes, 29 de marzo de 2010

Reflexión 1.0

Me gustaría sentir algo más que el patético hastío que ha invadido mi vida hasta convertirme en un miserable excremento social carente de pasiones y ambición.

Recuerdo con deleite momentos de mi pasado en los que todavía era un ser humano y en los que conseguía que una potente sensación de existencia colmase mis entrañas.

Una parte de mí sueña con gritar, correr por la calle a toda velocidad hasta sentir que me queman los pulmones, saborear el ácido de las arcadas que acudirían a mi garganta mientras mi corazón repiquetearía en una paroxística manifestación del Ser. Sin embargo sé que tan solo es pánico. Un mecanismo animal que me anima a huír de un peligro que ignora interno.

Me he transformado en un reflejo de realidad. Paso las tardes en mi habitación lamentándome por una rutina en la que ya ni siquiera me atrevo a habitar.

¿He alcanzado acaso el culmen de degradación que al parecer ansiaba? No, todavía puedo morir más, todavía hay potencial de ascenso a este abismo de la abstracción absurda. Me quedan muchas cosas que destruír, muchas partes de mí mismo que adoro y ansío en secreto que se hundan en la nada que construyo en torno a mí.

Leo, leo sin parar y por desesperación buscando respuestas que ni los libros ni la vida me darán. Lo sé de antemano, pero continúo leyendo. No se diferencia demasiado de huír por la calle, pero mi cuerpo en lugar de agotarse se embota en la levedad infinita de una existencia sin sustancia ni objetivo.

Sin alegría ni pesar, sin proyectos, sin ilusión, siguiendo tan sólo el rumbo arbitrario de mil pensamientos guiados por el timón de la tinta inagotable que impregna los tratados de filosofía de quien encontró preguntas en lugar de aserciones... Así me dirijo decidido hacia el borde mismo de mi cordura y me animo entre gritos degarrados de cerval pavor a saltar a las tinieblas de la insanía que me llama.




Tengo miedo.

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